Muchos viñedos descubren pendientes antes ignoradas y que habían sido ocultadas al ojo lejano. A las pocas horas de trabajo se descubren sinuosidades que el arado acentúa, que subrayan las revueltas y bustrofedones del labriego.
Entonces, todo para el ojo son rectángulos oblicuos de un ocre monovarietal o de una paleta que ordenó hace meses la reja, rectángulos que componen un atlas que ha perdido la horizontal y que suena estrábico y cubista.
El aviñador, como le llama el poeta, sigue indiferente a la rapaz que traza círculos obsesivos en el cielo, en el cielo que tal vez está abajo, que tal vez está en otro sitio.
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