El charco, ese husmeador de la horizontal o de la depresión en el pavimento intachable. El charco resitúa los colores del suelo urbano como la corriente del arroyuelo a las banderas que se lleva para poder luego arrastrar otras más. La ciudad es un armazón de vacíos que aguardan la lluvia, para llevársela. La esperanza de la renovación es un sumidero insuficiente, que interpretamos como signo de la vida.
Arnulfo Alirón, Memorias de un maestro voluntarioso, Madrid, Tejavana, 1983.
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