El hielo es inasible. Tocamos el agua líquida. Las yemas ardiendo pegadas al hielo no lo tocan pues han encontrado un destino un tanto sorprendente y pasajero. Nada mejor que encontrar un destino pasajero. Gloria a las yemas de nuestros dedos. El hielo permanece. Permanece en las umbrías y sustituye a la nieve. El trabajo de los quitanieves lo produce. El día funde la nieve acumulada en la cuneta. El agua fluye hacia la carretera sólo para congelarse con cierto capricho. El carámbano es un cuchillo que, a veces, ha cedido al viento pero que suele ser transparente como un homicidio. La nieve, finalmente, es un visitante obstinado y que suele ocupar más de una estancia. Como una troupe circense, como soldadesca ominosamente silenciosa.
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