Los sembrados y los barbechos, el terreno lleco también, los recorre el paranoico descubridor de reliquias geométricas. Bajo un cielo nublado y que amenaza aburrimiento antes que apocalipsis, descubre prodigiosos mensajes de innominadas civilizaciones que resultaron tan sabias como para transmutarse en cuatro piedras que se organizan en un delirio no necesariamente interior a un cerebro. Es lo que tienen la locura y los delirios. A veces habitan un cerebro. No pocas veces una sala de conferencias, un polideportivo o un estadio olímpico.
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