Las ciudades ofrecen de vez en cuando contigüidades sorprendentes, gradientes infinitos de una calle a otra. A veces es la que corta la que separa dos calles paralelas y totalmente contradictorias, que no se encuentran salvo por la meritoria vía que decimos que la corta y que apenas se reconocen.
Pero esas calles que nos llevan de un mundo a otro gozan del prestigio de las puertas fabulosas y, en ocasiones, nos prefiguran qué podría ser una mezcla de uno y otro mundo.
Pero esas calles que nos llevan de un mundo a otro gozan del prestigio de las puertas fabulosas y, en ocasiones, nos prefiguran qué podría ser una mezcla de uno y otro mundo.
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