Levantar los ojos y mirar el firmamento, cemento inmóvil que no es. La centenaria insistencia en buscar el correlato astronómico comprobado a la Estrella de Belén, la que guió a los magos (junto con los camellos y los pajes, lo cual es verdaderamente sorprendente) deja sin explicar por qué precisamente los tres sabios la interpretaron del consabido modo (Mateo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo.»). Sin embargo, quizá la misma lógica del relato o aun lo que presupone, demanda tan radical conducta (sin contar con que leamos en castellano que le preguntan al rey de los judíos o algo parecido por el rey de los judíos). En efecto, en los cielos se da un correlato. Como se darán ciento y uno en el momento en que expire for a while. Porque la conducta de los magos requiere demasiadas otras premisas previas para que el juego de buscar la conjunción planetaria de rigor tenga algún sentido (no digamos que se pretenda datar el hecho sobre ella; ni siquiera datar la datación que pudo dar por buena -vía una leyenda que acopiase un material astronómico no demasiado saliente para ser recuperado por la tradición- el autor del Evangelio de San Mateo). Es la grandeza del nacimiento lo que pone en marcha a magos, camellos, pajes, estrellas y jugueterías. Esto es narrar a favor de la corriente. No se está contando cualquier cosa. Por eso, será mejor dejar la curiosa periodicidad con que nos visitan las hipótesis "serias" sobre la estrella de Belén, adornadas desde luego con los epiciclos de los periodistas que se desayunan con las novedades de hace unas cuantas revoluciones.
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