En días de lluvia, o después de la lluvia, los ribazos multiplican sus reinos a medias secretos. No sólo por las propiedades de las gotas y gotitas adheridas a la vegetación. Sobre todo por el ánimo al que el cielo, la cesante lluvia y el desnivel del caballón nos han aproximado. Un ánimo melancólico, pero de opereta rústica, como en una vieja aldea cercana a Pontevedro.
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