En las ocasiones en que no nos falta y el andar nos parece mullido o hasta peligroso, los tobillos que se hunden mientras fastidiamos el cultivo con nuestros pasos, recordamos lugares más o menos fantásticos. En los mayos lluviosos, la ciudad nos cede sus márgenes cubiertos de vegetación espesa. Niños, penetrábamos en ese mundo. Además del asedio de los insectos, qué memoria no despertaba esa sabana de horizonte a diez centímetros por delante de los ojos. Como el navío que flota sobre el trigo húmedo. Nos imaginamos al mistagogo de Stanley Kubrick soñando con la especie y sus celestemente bobos destinos. Esplendor en la hierba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario