El anticiclón, que llega con su llegar para quedarse. Estacionado en un área que nos cubre, establece su peaje disuasorio. El tiempo (el del transcurrir, para entendernos) adquiere con él una consistencia homogénea y continua cuya acotación se oculta, aunque se acaba -y se acaba enseguida- por esperar. Por desear.
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