martes, abril 03, 2007

Lapidación

Las verbales tienen mal remedio en el ardid del escritor galileo en la arena. Porque el que arroja la palabra se siente, entre los unívocos que le acompañan, mucho más justo aún que si fueran piedras las que lanzase. En otras palabras: para estar libres de toda culpa, solemos emprenderla a palabras contra aquél que haga un mejor blanco, siempre a favor de que el coro funcione como una máquina a veinte mil revoluciones por exabrupto.
Este proceder colectivo tiene además la ventaja de que podemos recoger del suelo las palabras que otros ya han utilizado para arrojarlas nosotros mismos. Cada uno con nuestro estilo propio y peculiar. Por encima del hombro, a la remanguillée, o de sobaquillo, que tampoco queda mal.

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