Los frontones, en el caserío, o anejos a las casas principales del valle, son una arquitectura de raro eco, una donde las palabras admiten una sonoridad que se estanca al mediodía, las palas resbalando de las palmas sudorosas. La orientación solar de los frontones es también materia previa de devastadores peritajes, cavilaciones y jurisprudencias. El otoño de los frontones asiste, cuando es su turno, a desesperanzados remolinos de hojas muertas. Un insecto se agita entre ellas en el intento (hará falta decir que vano) de escapar del pique entre las tres paredes.
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