La lluvia nos recuerda al profesor que perdía el sustento de su discurso docente y cuando debía dibujar póngase que siete flechitas paralelas en la pizarra, acababa por dedicar cuatro o cinco minutos a una cuidadosa distribución sagital extendida por una amplia región del encerado, como para que no quedasen dudas.
Las flechas y su cabeceo, que puede apreciarse (aunuqe quizá de una forma un tanto creativa) en películas recientes que se precian de acompañar los proyectiles en su vuelo. Las flechas que descubrían insospechados abombamientos en la pared del aula. En fin.
Ese profesor novato podría sustituir las flechas flechas no por las flechas que representasen la velocidad de las piedras, sino por pequeños óvalos que representasen a las piedras mismas, y a continuación podría difuminarlos para dejar constancia de cabeceos, precesiones y demás movimientos registrados. En lugar de de cuatro o cinco minutos, la nube de piedras le llevaría al menos diez y sin contar divertículos.
Pero no sabemos si todo ello condice con la contundencia de esas piedras que llovían, con aquel lloviendo piedras que nos llevaba a perder un tiempo que no teníamos nada mejor en que gastar.
Las flechas y su cabeceo, que puede apreciarse (aunuqe quizá de una forma un tanto creativa) en películas recientes que se precian de acompañar los proyectiles en su vuelo. Las flechas que descubrían insospechados abombamientos en la pared del aula. En fin.
Ese profesor novato podría sustituir las flechas flechas no por las flechas que representasen la velocidad de las piedras, sino por pequeños óvalos que representasen a las piedras mismas, y a continuación podría difuminarlos para dejar constancia de cabeceos, precesiones y demás movimientos registrados. En lugar de de cuatro o cinco minutos, la nube de piedras le llevaría al menos diez y sin contar divertículos.
Pero no sabemos si todo ello condice con la contundencia de esas piedras que llovían, con aquel lloviendo piedras que nos llevaba a perder un tiempo que no teníamos nada mejor en que gastar.
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