La arquitectura de las montañas está hecha de la erosión, que es, aparentemente, sólo una forma de destrucción. Lo es y, sin embargo, hemos de concluir que la destrucción crea formas y puede que cree formas donde antes no las había. O donde no habitaba quien las pudiera distinguir del fondo indiferenciado.
Sospecharíamos incluso que la amenaza de lo sublime (conformémonos de momento con el sublime natural) procede de su génesis destructora, que incluso nos habla de las futuras y próximas ruinas: un picacho es un resto, será una grandeza que es lo único que queda de una grandeza mayor. Ahora bien, esta sospecha no destruye lo sublime, sino que nos acoquina aun más en nuestra ínfima condición.
Sospecharíamos incluso que la amenaza de lo sublime (conformémonos de momento con el sublime natural) procede de su génesis destructora, que incluso nos habla de las futuras y próximas ruinas: un picacho es un resto, será una grandeza que es lo único que queda de una grandeza mayor. Ahora bien, esta sospecha no destruye lo sublime, sino que nos acoquina aun más en nuestra ínfima condición.
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