En invierno los perros pequeños tiemblan y subrayan su neurastenia congénita y definitoria. El caso es que surgen de pronto como atómicos semovientes perdidos en la acera, exiguos como la deposición que dejarán a la helada nocturna. Esos perros pequeños se nos antojan emblemas de un raro estreñimiento, de un aún más raro escalofrío.
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