Sobre estas cumbres más bien peladas, tan desoladas en el noviembre amarillo y gris se busca el contrapunto ralo del pinar o la silueta del venado. Al este, Moncayo ofrece una concavidad lunar por las nieves grises que la rosada ha subrayado. Está helando y el mundo se mueve entre escasos ocres y arcillas (alguien a mi lado está hablando de las margas que se nos deshacen entre las manos) blancas, grises -vacas o gatos en la noche-, desvanecidas en el crepúsculo y el frío.
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