Las camisas y sus alegres cromatografías de sal, sales y sudor. Un lavado por semana y otra semana para el lavado. Lo esencial de aquel verano era el modo como entramos a considerar la nueva vida una vida normal, o hasta la vida. El núcleo de aquel verano era la afectación del horizonte en aquella región esteparia e infranqueable.
Dos veranos después, nos estaban esperando aquellos parajes como esperan los fantasmas sepultados que casualidad simple o el disfraz político de un concienzudo programa haga ver la luz al yacimiento arqueológico y pomposo, viscoso y mancomunado.
El calor era también el antepredicamento de todas nuestras inconsecuencias y pequeños reveses, una ontología que se atenuaba en el crepúsculo, en las horas translúcidas del amanecer, en el cuerpo de guardia, en la prevención, en el calabozo.
Pako Gabikakoetxea, El verano de la más alta torre, Villanueva de Mena, Libros Cuatro Rosas, 2009.
Dos veranos después, nos estaban esperando aquellos parajes como esperan los fantasmas sepultados que casualidad simple o el disfraz político de un concienzudo programa haga ver la luz al yacimiento arqueológico y pomposo, viscoso y mancomunado.
El calor era también el antepredicamento de todas nuestras inconsecuencias y pequeños reveses, una ontología que se atenuaba en el crepúsculo, en las horas translúcidas del amanecer, en el cuerpo de guardia, en la prevención, en el calabozo.
Pako Gabikakoetxea, El verano de la más alta torre, Villanueva de Mena, Libros Cuatro Rosas, 2009.
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