Mi bicicleta pesa lo suyo y me sube cuando yo la subo desde el pantano hasta mi casa, 200 metros de desnivel como doscientos soles a plomo de este mediodía. La bicicleta popular, gorda como un tordo gordo, nos desencaja con su prestigio montuno y sus ruedas que no desentonarían en una tractorada y que nos vuelve a encajar cuando falsamente pensamos que con una bici ligera como las que se compran los que saben andar en bici, subiríamos con la ligereza de un espíritu alado, armónicos y flexibles como juncos o como el comedero pensativo de un jumento; con una souplesse alelada de nuestras caderas como orejas, valga el oxímoron
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