martes, julio 28, 2009

Cuatro calles (para una colección de paseos veraniegos)

Los días en ciudades pequeñas y con un propósito definido y que ocupe suficiente número de horas se concentran inevitablemente, de no mediar una buena dosis de fuerza de voluntad, en un circuito limitado que busca -y ello depende de la época del año- la sombra o el sol, o que los ha encontrado ya y que se repite en su analema de pasos cortos y perezas incrementadas.
Por su lado, las ciudades pequeñas pespuntean sus mañanas y tardes de batallas antiguas entre los canónigos y los alcaldes, o entre las fortunas viejas y las que no acaban de aterrizar. Por si no fuera suficiente con ello, amenizan las esperas del viajero con cierres de establecimientos alguna vez gratos y con la correspondiente y paralela eclosión sustitutoria de oficinas bancarias y escaparates que ofrecen mercancías que se producen lejos, allá de donde proceden los viajeros y los turistas, determinados a devolverlas a su origen.
Los burgos podridos al sol que aprendieron a disociar representación política de poder efectivo saludan al visitante curioso con aire de anciana virgen, consagrada para siempre a una empresa absurda e irrepetible. Han aprendido a esconder en qué bolsillo están.

Tomado de J. R. Ewing, Viajes por llanuras y mesetas, Fort Worth, Trinity Books, 1991.

No hay comentarios: