Aquellos años eran felices por inconscientes. En otras palabras y según lo que podemos entender del título de García Márquez: feliz e indocumentado significa que lo segundo hace más probable lo primero. Pues bien, éramos inconscientes y si había que darle al frasco, pues le dábamos al frasco.
Era un sábado por la noche a comienzos de los mil novecientos ochenta. Me reclutaron a voces desde el coche de un amigo para ir a algo así como la operación OVNI o la operación avistamiento: Un programa de radio indocumentado pero culpable lanzaba a sus oyentes y creyentes a la noche alcohólica para que descubriesen todo tipo de luces alienígenas en los cielos de la España de la colza y el Naranjito.
Yo no tenía nada mejor que hacer, o eso pensaba yo, y allí marché con mis compañeros de expedición.
View Larger Map
El plan era llegar al puerto de Herrera y comprobar lo bien provistos de cantimploras, botas y botellas que estaban los otros exploradores del misterio allí congregados, en ese punto de reunión sin duda alineado con alguna mediatriz del triángulo de las Bermudas o con alguna mediatriz también de los jardines colgantes de Babilonia. Sin darnos cuenta habíamos rebasado Laguardia mientras algunos de mis compañeros miraban esperanzados por la ventanilla en busca del platillo volante tutti frutti. No sé por qué, pero no llegamos a Herrera y tontamente cruzamos el Ebro por San Vicente. En Briones pensamos que estábamos en Laguardia. El caso es que, tutti frutti, loose booty. If it don’t fit, don’t force it. You can grease it, make it easy, seguimos un poco más allá, justo en dirección contraria y acabamos en la villa de Rodezno, que fue justo donde el Renault cuatro se quedó con gasolina.
Pasamos la noche bajo un castaño y tiritamos de madrugada. No recuerdo bien cómo volvimos, pero creo que dejamos el coche allí y a eso de las seis de la mañana nos pusimos a caminar hasta que llegamos a la estación o apeadero de ferrocarril de Briones. Ni fuimos abducidos ni tuvimos un encuentro en la tercera fase. Tales son los caminos del escepticismo y la sobriedad.
Era un sábado por la noche a comienzos de los mil novecientos ochenta. Me reclutaron a voces desde el coche de un amigo para ir a algo así como la operación OVNI o la operación avistamiento: Un programa de radio indocumentado pero culpable lanzaba a sus oyentes y creyentes a la noche alcohólica para que descubriesen todo tipo de luces alienígenas en los cielos de la España de la colza y el Naranjito.
Yo no tenía nada mejor que hacer, o eso pensaba yo, y allí marché con mis compañeros de expedición.
View Larger Map
El plan era llegar al puerto de Herrera y comprobar lo bien provistos de cantimploras, botas y botellas que estaban los otros exploradores del misterio allí congregados, en ese punto de reunión sin duda alineado con alguna mediatriz del triángulo de las Bermudas o con alguna mediatriz también de los jardines colgantes de Babilonia. Sin darnos cuenta habíamos rebasado Laguardia mientras algunos de mis compañeros miraban esperanzados por la ventanilla en busca del platillo volante tutti frutti. No sé por qué, pero no llegamos a Herrera y tontamente cruzamos el Ebro por San Vicente. En Briones pensamos que estábamos en Laguardia. El caso es que, tutti frutti, loose booty. If it don’t fit, don’t force it. You can grease it, make it easy, seguimos un poco más allá, justo en dirección contraria y acabamos en la villa de Rodezno, que fue justo donde el Renault cuatro se quedó con gasolina.
Pasamos la noche bajo un castaño y tiritamos de madrugada. No recuerdo bien cómo volvimos, pero creo que dejamos el coche allí y a eso de las seis de la mañana nos pusimos a caminar hasta que llegamos a la estación o apeadero de ferrocarril de Briones. Ni fuimos abducidos ni tuvimos un encuentro en la tercera fase. Tales son los caminos del escepticismo y la sobriedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario