Vemos los raíles sobre su larga mesa de balasto. Se curvan hacia un lado, por lo menos hasta el próximo puente, que nos oculta lo que hay más allá. Y es que este puente elevado ilustra la rara paradoja de un punto que, aun con ser una cima, no es de ventaja: hacia todos los lados se baja. Pero la mirada se concentra en la vía, hacia allí cuando se curva o hacia atrás, que se curva al mismo lado si sólo giramos la cabeza. La mirada se concentra y no vemos el ancho mundo, que se extiende como en un poema de Arnold por el día o como un error de guardagujas por la noche.
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